Es hora de mostrar lo que apreciamos la música clásica

En medio del primer allegro llegó un fragmento que sabía que iba a gustar, y todo el público se quedó embelesado…, y como sabía cuando escribí ese fragmento qué buen efecto iba a tener, lo repetí al final del movimiento, y como era de esperar aparecieron los gritos pidiendo da capo. Estas palabras se las escribió Mozart a su padre después de estrenar su Sinfonía París.
Recientemente he tenido el placer de guiar a dos alumnos en la composición de una pieza para piano a cuatro manos que estrenaron el pasado 30 de abril en el Concierto Atrevimiento y ocurrió algo parecido. Decidieron, en el momento de más tensión de la obra, hacer un cluster gigantesco. Los tres sabíamos que el público aplaudiría y estábamos encantados con ello. Y así fue. Después de ese momento cumbre, prosiguieron con la pieza para recibir un aplauso final al terminar ésta.
Es realmente emocionante, como relata Mozart, saber que algo que estás componiendo creará este u otro efecto en el público. Sin embargo, los encorsetamientos actuales en el mundo de la música clásica lo hacen difícil. ¿No sería maravilloso dejarse llevar por la música y hacer lo que ésta nos pidiera en cada momento? Tantas normas hacen que uno esté más pendiente de cuándo tiene que aplaudir que de qué está sonando en el concierto. ¿Para qué vamos a los conciertos entonces? ¿Para lucir nuevo vestuario?
Aquí os dejo este artículo escrito por Álex Ross, autor de El ruido eterno y del que hablaremos en otro momento.

Es hora de mostrar lo que apreciamos la música clásica

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